miércoles, 8 de octubre de 2008

CAFÉ I

Llevaba un año visitando su sonrisa todos los días, de cinco a cinco y media, para tomar ese café tan cortado que pasaba a ser tímido; ese café con sabor a intensos ojos marrones oscuros, cabeza perfectamente proporcionada, óvalo facial armonioso, largo y suave cuello, hombros rectos, brazos delicados y musculados, senos firmes y orgullosos, ombligo adornado por esférico piercing de turno, cerrada curva en cintura que se abre hasta la cadera en la que empieza caída libre por interminables piernas unidas a perfectos tobillos que acaban en proporcionados pies. Ese café con aroma a piel canela y miel, suave textura de cabello de ángel, largo, oscuro y rizado; que permanecía erguido, distante y frío al otro lado de la infranqueable barra. Ese café cargado de abundante humo, con unas gotas de whisky, escaso de azúcar y muy, muy corto de leche, servido en taza de cristal. Café de origen divino concebido en la inmensa luz del paraíso, cuyo fin era ser desterrado a las zonas más sombrías del local, antes de marearse y perderse, lleno de amargura, dentro de mis propias y oscuras profundidades. Entregado por manos maternales, que solamente en dos ocasiones osé acariciar timidamente durante todo este tiempo, simulando, encuentros casuales. Acto seguido, el momento más emocionante, esos ojos marrones oscuros se posaban en los míos sólo durante el breve instante que dura el frío: -Dos euros, como siempre- que me tiraba su agrietada, rota e insolente garganta. Al que respondía con un rápido movimiento de brazo derecho, casi imperceptible, con inicio en mi bolsillo y fin en un doble click sobre la barra. Todavía se encontraban ambas monedas en el breve recorrido hasta la caja registradora, que ansiaba resguardarlos, cuando el cristal de la taza podía verse desprotegido, sucio y desnudo. Ese café fulminado con la ansiedad del que tiene todo el tiempo del mundo para sí mismo, que no tiene ocupaciones y sólo sueña, durante el breve instante que dura el café, que puede materializar lo único que desearía hacer durante todos esos aparentemente infinitos segundos... Esto es lo que he venido repitiendo todos los días durante el último año; sin excepción. Pero hoy es diferente, hoy te observo mientras no pido con un suave movimiento de mis cejas el preciado oro oscuro, hoy tú, me preguntas extrañada, casi exaltada: -¿Café?-. Respondo tranquilo: -Hoy vengo servido de casa, gracias-.

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